La receta de la felicidad

La semana pasada armé un texto que no publiqué porque terminé de redactarlo muy tarde y preferí subirlo al otro día. Eso no pasó, pero los días sí y acá estoy, escribiendo otra vez en una hoja en blanco.
No tengo miedo de comenzar de cero porque siempre tengo algo que decir. Y como me dijo una persona hace unos días: siempre tengo una respuesta para todo. Sé que es así porque siempre le encuentro el sentido a las cosas. Me gusta hablar, decir lo que pienso y contar lo que  me pasa. Muchas veces me encuentro en la encrucijada del sí y el no de los secretos. Qué se cuenta, qué no, qué hago o qué dejo de hacer. Busco respuestas a todo, le busco ese sentido a cosas que quizás no lo tienen pero que en algún punto dejan una enseñanza en mí, aunque para que la encuentre tarde su lindo tiempo.
Volviendo al tema que venía desarrollando, es imposible no arrancar de cero para mí, eso no me cuesta. Creo que los golpes que puedo darme son parte de esas nuevas aventuras a las que me puedo enfrentar y que me permiten crecer y sorprenderme de lo increíble que puede volverse la vida. Pero todo esto sería una utopía si fuese así tan perfecto, si no existiese un negro sobre el blanco o un blanco sobre el negro.
Mi amado Jorge Drexler dice en una de sus canciones: "no creo en la eternidad de las peleas ni en las recetas de la felicidad", y más allá de mi gran sentimiento y admiración hacia él, comparto sus palabras en un ciento por ciento.
En los últimos días y semanas experimenté y formé parte de situaciones que creía ajenas a mí. Hablo de esas en las que creía que solamente le sucedían al otro. Hablé, escuché y compartí mis vivencias con otras personas y comprendí que -aunque sea bastante obvia la frase- no todo lo que brilla es oro.
Si me tomo el atrevimiento de desmenuzar la frase de la canción de Drexler, puedo ver que, entonces, no toda la vida tiene que ser como se planea. La vida no es una receta que tiene instrucciones para cumplir al pié de la letra. O sí, pero creo que cada uno sabe hasta dónde está bueno obedecer las reglas, seguir el paso a paso para lograr el resultado final de una foto perfecta. Dudo mucho que exista alguien que se sienta en plenitud más de dos días seguidos. Además, estoy convencida que si seguimos los pasos tal cual se nos indica, no nos sorprenderíamos de los nuevos resultados que se pueden obtener cambiando algunos condimentos, poniéndolos o sacándolos. Tampoco le daríamos lugar a emoción, porque tarde o temprano si hacemos todo de la misma manera, en algún momento nos vamos a aburrir y dejaríamos de lado el amor y la pasión por lo que hacemos y por lo que nos movemos.
La vida está llena de momentos que ya están escritos y nosotros los vamos descubriendo. Cambiar el rumbo, seguir siempre el mismo o dejar que todo fluya es parte de un aprendizaje constante. Somos felices hoy pero mañana un error o un condimento de más o menos puede cambiarnos el resultado que veníamos teniendo. Por eso, la receta de la felicidad que llevamos con nosotros puede ser modificada para mejor, siempre y cuando sepamos que no hay porqué alarmarse si algo falla. Así que, con su permiso... ¡ME VOY A COMER EL MUNDO! (Sin gluten, obvio.)

Loca y hambrienta del mundo.

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